Las Sagradas Escrituras.

Las Escrituras son más que la historia de encuentros divinos producidos en el pasado, más que monumentos a la fe de generaciones anteriores; son la Palabra de Dios.

El Dios de la Biblia es un Dios que se nos revela. No nos deja solos en nuestra condición de seres perdidos, separados de él por el pecado. Se acerca a nosotros y muestra su carácter, revelando si voluntad y ofreciéndonos la salvación que ha provisto. Es el Dios que se comunica: "Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo" (Heb. 1:1, 2).

Las Sagradas Escrituras, que comprenden el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, son el registro vivo de la voz de Dios. Fue Dios el Espíritu Santo quien la trajo, al inspirar las mentes de los escritores bíblicos (2 Ped. 1: 20, 21). El mismo Espíritu nos habla hoy por las Escrituras, dirigiéndose a nosotros personalmente, llamándonos a que volvamos a Dios, convenciéndonos de pecado, iluminando nuestras mentes y atrayendo nuestros corazones: "Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones" (Heb 3: 7, 8). Puesto que Dios es el autor de las Escrituras, son inmutables y vivientes.


A semejanza de Jesucristo, el encarnado hijo de Dios, las Escrituras son la Palabra hecha carne (Juan 1:14). Son una fusión única de lo divino y lo humano. Dios no dictó las Escrituras, tampoco nos la dio en un lenguaje de otro mundo. Más bien, utilizó a los seres humanos; a personas de orígenes diversos, personas cultas o con escasa educación; a personajes de sangre real y a gente común. Inspiró sus mentes con el mensaje divino para la humanidad; luego ellos expresaron las ideas divinas con sus propias palabras. Así la Biblia es completamente humana, y a la vez más que humana. A través de su lenguaje humano, pensamientos, historia y normas, Dios habla. Aunque la Biblia tiene muchos Escritores, tiene, sin embargo, un Autor. 

Las Escrituras son autoritativas. Hemos de creer en ellas y practicar lo que mandan. Toda opinión humana debe ser sometida a prueba por la Escritura. La Biblia es, en todas sus partes, la verdad infalible. Las Escrituras pueden hacernos sabios "para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús" (2 Tim. 3:15). Son infalibles en la exposición del plan de Dios para la redención de la humanidad perdida. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, el plan es el mismo, y tiene su centro en Jesucristo. Toda la Escritura, trátese de la profecía en el Antiguo Testamento o de su cumplimiento en el Nuevo Testamento, testifica de él (Juan 5:39; 1 Ped. 1: 10, 11). Él, la Palabra de Dios que se hizo carne (Juan 1: 1, 2, 14), es el personaje central de la Palabra escrita de Dios. 

NORMA INMUTABLE

Puesto que Dios no cambia, la revelación de su carácter en las Escrituras es inmutable. Dado que su manera de salvar a los hombres y las mujeres perdidos es una, la descripción bíblica de su forma de actuar nunca puede ser invalidada. Siendo que su voluntad es firme, la función didáctica de las Escrituras es indispensable. Y, puesto que son la Palabra de Dios, nos llaman a todos a la salvación y a la obediencia. En un mundo cambiante e inestable, de valores trastocados y de conflictivos reclamos de verdad, son la única norma infalible. Una lámpara a nuestros pies y luz en nuestro camino (Sal. 119: 105). 

Prueban nuestra experiencia, no sea que caigamos presa de nuestros propios sentimientos. Nos dicen cómo vivir día tras día. Nos apartan de las arenas movedizas del error. Nos guían a través de los peligros de los últimos tiempos. Nos recuerdan que somos hijos e hijas del Dios vivo, formados por él, amados por él, aceptados por él en Jesucristo y destinados a vivir con él eternamente (2 Tim. 3: 16, 17). En ellas hallamos a Jesús, la Palabra hecha carne, nuestro Salvador y Señor. Cuando nos nutrimos de ellas, "renacemos" (1 Ped. 1: 23) y somos transformados diariamente a su imagen (2 Cor. 3: 18).

Así, las Escrituras son nuestra luz, nuestro alimento, nuestro refugio. Tal como guiaron al pueblo de Dios en todos los tiempos, siguen siendo "el gozo y la alegría" de nuestros corazones" (Jer. 15: 16), nuestro consuelo en la aflicción, nuestro consejo en la prosperidad y nuestra esperanza de vida eterna. Cuando abordamos el estudio de las Escrituras, hemos de tener presente su carácter particular. Los medios comunes de investigación resultan insuficientes; necesitamos la guía del Espíritu Santo. Las cosas espirituales de disciernen espiritualmente (1 Cor. 2: 11-14). Debemos ser susceptibles de aceptar las Escrituras como la Palabra de Dios, estar listos para recibir la instrucción que Dios tiene para nosotros. "El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias" (Apoc. 2: 7, 11, 17, 29; 3: 6, 13, 22).

La invitación del Señor a todos los hombres y todas las mujeres es: "Gustad, y ved que es bueno Jehová" (Sal. 34: 8). A toda persona que abre la Biblia con corazón anhelante, él se revela a sí mismo como su autor. Las Sagradas Escrituras viven con su vida: el Dios que habla, sigue hablándonos hoy.

Lecturas complementaria: Proverbios 30: 5, 6; Isaías 8: 20; Juan 10: 35; 17: 17; 1 Tesalonicenses 2: 13; Hebreos 4: 12. 

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